La nueva oportunidad de una ciudad postergada
Oklahoma City volverá a vibrar con la postemporada después de una inédita y relampagueante reconstrucción.
📍 35°27′48″N, 97°30′54″W
Es una tarde de febrero en 2017, afuera hace frío y la tienda del Chesapeake Energy Arena está atiborrada de camisetas de Oklahoma City Thunder con el nombre de Russell Westbrook, con la cara de Russell Westbrook, con el espíritu de Russell Westbrook.
Un centenar de hinchas camina entre los pasillos del local mientras otros tantos forman una prolija fila en la puerta a la espera de que un guardia de seguridad pálido y colosal les permita el acceso.
Es un día especial: Kevin Durant, el hijo pródigo que migró a Oakland en busca de un anillo, vuelve por primera vez a la ciudad que fuera su casa. El héroe convertido en villano. El mensaje, inmortalizado en las remeras de hombres desahuciados, es unívoco: Russell Westbrook, u Oklahoma que es lo mismo, contra el mundo.
Se renueva el público pero la tienda sigue repleta. Una madre ingresa con su hijo de unos 14 o 15 años y se asombra.
“Todo tiene la cara de Russ, deberíamos comprar una camiseta”
El chico, en la edad en la que los ídolos aún son inmaculados, sorprende con su respuesta.
“No, no la compremos, si seguro se irá pronto”
No hay nada más triste que un chico sin esperanza pero el tiempo le dará la razón.
Oklahoma fue una ciudad eternamente postergada, acostumbrada al abandono y castigada por la tragedia. Incluso en sus momentos felices convivía con la sensación constante de un revés inminente, como si su vida fuera un espejismo construido sobre el abismo.
Acostumbrado a ser una ruta de transporte, fue el quinto estado más tardío en ser aceptado en la Unión. En los 30’s fue víctima de uno de los peores desastres ecológicos de la historia estadounidense: el Dust Bowl, una sequía que durante siete años azotó a Oklahoma como su principal víctima. Miles de familias se vieron forzadas a abandonar sus hogares, meses después de que se desatara la Gran Depresión del 29.
La tendencia se mantuvo durante décadas: Oklahoma era el pueblo del que los jóvenes querían escapar. Casi setenta años después, otro desastre natural asaltó su habitual tranquilidad: un tornado dejó 24 muertos, 377 heridos y provocó daños por 2 billones de dólares.
Pero su capítulo más triste se escribió el 19 de abril de 1995 a las 9:02 de la mañana: Oklahoma se transformó en el estado del atentando terrorista más grande hasta el ataque a las Torres Gemelas. Timothy McVeigh y Terry Nichols hicieron estallar un camión alquilado con una carga de alrededor de 2.300 kg de explosivos caseros en el Edificio Federal Alfred P. Murrah un miércoles hace 22 abriles, asesinaron a 168 personas, entre ellos 19 chicos menores de seis años, e hirieron a otras 680. McVeigh, autor material, fue ejecutado mediante inyección letal el 11 de junio de 2001. Nichols, cómplice, fue condenado a cadena perpetua y cumple su condena en la prisión de máxima seguridad de Florence, en Colorado.
En el mismo lugar, seis años después, se inauguró el Oklahoma City National Memorial, visita obligatoria para cada una de las incorporaciones que hace el equipo. Son 13.000 metros con dos puertas imponentes de bronce pintado de negro en cada extremo que enmarcan el momento de la destrucción (9.02). La puerta del este representa el momento de paz previo al minuto del atentado (9.01) y la puerta del oeste simboliza el comienzo de la reconstrucción (9.03).
En el exterior, las Puertas del Tiempo comparten la misma leyenda: “Venimos aquí a recordar a aquellos que fueron asesinados, a aquellos que sobrevivieron y a aquellos que cambiaron para siempre. Que todos los que se vayan de aquí conozcan el impacto de la violencia. Que este memorial ofrezca consuelo, fuerza, paz, esperanza y serenidad”.
En la representación física de ese minuto trágico se repiten los homenajes a los fallecidos -168 sillas vacías, los nombres de las víctimas tallados en piedra- y también a los sobrevivientes, representados en El árbol del sobreviviente -un olmo que resistió al atentado-. Dentro del monumento se respira el respeto por los caídos, la tristeza por una embestida abominable. Pero la imagen más representativa y tétrica está afuera: Jesús, de espaldas, se agarra la cabeza avergonzado.
Oklahoma era un páramo en constante depresión, con la tragedia como rutina, un estado acostumbrado al abandono permanente y con el estigma de haber sido el escenario de uno de los atentados terroristas más escalofriantes de la historia estadounidense. Hasta 2008.
Una suma de factores había consolidado a los Seattle Supersonics como una de las franquicias emblemáticas de la NBA. Era un equipo acostumbrado a ser protagonista, emplazado en una metrópoli de moda de Estados Unidos, con un isotipo muy atractivo en pleno auge de los superhéroes. Fueron campeones en 1979 y a mediados de los noventa se consolidaron como una de las principales potencias -y uno de los equipos más entretenidos- en el oeste con Shawn Kemp como estrella, Gary Payton como ladero y George Karl como entrenador. Estuvieron a punto de conquistar el segundo anillo de su historia pero Michael Jordan y sus Chicago Bulls frustraron su ilusión en la final. Ray Allen atizó su pasión entre 2003 y 2007, cuando emigró a Boston Celtics. Su partida, casualidad o consecuencia, vaticinó el destino de los Supersonics.
El desarraigo empezó en 2006 cuando Howard Schultz, por entonces propietario de la franquicia, buscó financiación pública del estado de Washington para afrontar una remodelación millonaria del Key Arena. La respuesta fue negativa y Schultz, enardecido y colérico, puso en venta la franquicia que un empresario llamado Clay Bennett, oriundo de Oklahoma, adquirió por 350 millones de dólares. El flamante dueño endureció las negociaciones y le exigió a Washington un estadio nuevo de 500 millones de dólares.
Mientras tanto, Oklahoma respiraba NBA por primera vez en su historia: como consecuencia del huracán Katrina, los New Orleans Hornets mudaron su localía durante dos temporadas a una ciudad que enloqueció y abrazó a los Hornets como si fueran propios. La experiencia plantó la idea en Bennett: llevar a los Supersonics a su ciudad natal.
Su partida se concretó en junio de 2008, visto bueno de la liga mediante y pese al conmovedor repudio de sus fanáticos. Seattle, aunque damnificado, logró retener los objetos históricos, el nombre y los colores de la franquicia para usarlos cuando un equipo NBA vuelva a la urbe. Bennett se apropió del plantel que integraban el sophomore Kevin Durant y el recién drafteado Russell Westbrook a una ciudad que encumbró, sin saberlo, a un equipo candidato. Así nacieron los Oklahoma City Thunder.
Son las dos de la mañana del 11 de febrero de 2017 en Oklahoma, un lugar desierto y de noche profunda. Después de doce horas de viaje desde San Antonio en un micro de la empresa Turimex, los choferes platean una dicotomía a resolver a mano alzada entre los pasajeros: bajarse en la estación de la empresa ya cerrada en medio de un descampado o en una estación de servicio abierta las 24 horas. Lógico, todos votan la segunda opción.
La estación de servicio es un oasis de luz en un mar de oscuridad. Sin auto, la única solución para llegar al hotel es pedir un Uber. Diez minutos después, una Chevrolet Tahoe negra y bestial irrumpe en la madrugada.
-“¿Matías?”
-“¿Rayvon?”
-“Yeah, man. Come on”.
La camioneta es un espejo de Rayvon. Como todos en el estado, mi chofer ocasional es hincha de Oklahoma City Thunder. Si el área de Nueva York tiene 11 equipos en las grandes ligas de Estados Unidos, Oklahoma es su antítesis: los Thunder son su único equipo en una de las cinco ligas mayores.
Faltan horas para que Oklahoma City reciba por primera vez en la temporada 2016-2017 a Golden State Warriors y, especialmente, a Kevin Durant. Rayvon, mi primer contacto oklahomense que no irá a la cancha porque la entrada más barata cotiza 125 dólares, desnuda su decepción: “Tomó su decisión, sé que es básquet, sé que es su carrera pero nos duele por cómo y adónde se fue. Él era mucho más que un ídolo para nosotros. Es un buen hombre, donaba dinero e incluso construyó un estadio en el centro. Estábamos 3–1 arriba en la final de la conferencia oeste y Durant comenzó a jugar mal. Uno incluso piensa que lo hizo a propósito“.
Para entender la decepción de una ciudad que convirtió a Kevin Durant en su enemigo público primero hay que comprender la magnitud de su idolatría. Cuando Oklahoma City Thunder comenzó su aventura en la NBA en la temporada 2008/2009, Kevin Durant era una joven promesa de 20 años que apenas había cumplido su año de rookie en la liga. Automáticamente se enamoró de los beneficios de un pequeño escaparate, ideales para el crecimiento de una estrella en ciernes: pocas distracciones, una hinchada fervorosa y una organización seria.
Cuando el Thunder y Durant desembarcaron en su nueva plaza, una de las menos populares y aún menos atractivas de la NBA, la ciudad prácticamente tenía un único hotel, pocos restaurantes y una inexistente vida nocturna. “Es una ciudad que creció con el equipo”, analizó KD en una entrevista en Sports Illustrated hace un par de años. “Todo creció muchísimo desde que llegó el equipo”, coincide Rayvon.
El impacto del equipo sobre la ciudad fue impresionante: cambió su narrativa para siempre. La ciudad del Dust Bowl, la ciudad postergada, la ciudad del atentado se había convertido en la ciudad de Oklahoma City, en la ciudad de Kevin Durant. Pocos equipos significan tanto para una ciudad como los Thunder para Oklahoma.
Oklahoma adoptó como propio a Durant, quien se convirtió en uno de los mejores jugadores de la NBA -se consagró MVP en 2014- y en el emblema de una franquicia protagonista que en 2012 cayó en la final frente al Miami Heat de LeBron James, Dwyane Wade y Chris Bosh. Durant se implicó en las causas sociales de la comunidad: por ejemplo, donó un millón de dólares después del tornado que en 2013 dejó 24 muertos. Durant no era solo un ídolo: era la ciudad.
Esa alianza fue exitosa durante ocho años. Su última aventura juntos fue en las finales del Oeste en la temporada 2015–2016. Oklahoma City tenía en jaque a Golden State, el conglomerado de estrellas que había quebrado el récord de las 72 victorias de los Bulls de Jordan, pero el triunfo se le escurrió de entre las manos: los Warriors revirtieron un 1–3 y se metieron en las finales de la NBA.
Semanas más tarde, un Kevin Durant convertido en agente libre anunció su partida rumbo a Golden State. Síndrome de Estocolmo, la víctima se sumaba a su verdugo. Mike Sherman, del diario local The Oklahoman News, escribió: “La gente estaba triste, no enojada. La sensación no era de traición, sino de pérdida“. Los fantasmas del pasado sobrevolaban nuevamente sobre Oklahoma, otra vez postergada, otra vez abandonada.
En el romance entre Oklahoma y Durant, Russell Westbrook fue siempre marginado. Los fanáticos incluso consensuaron la construcción de un relato maniqueista: Durant como héroe, Westbrook como villano. Cuando Oklahoma ganaba era gracias a Durant pero cuando perdía era por culpa de Westbrook.
“Cuando llegó creímos que era un jugador mediocre y normal, pero lo vimos convertirse en hombre“, me cuenta Rayvon.
Pese al bombardeo mediático, Durant y Westbrook construyeron una relación de hermanos. En el discurso de aceptación del trofeo MVP, KD defendió y empapó de elogios a Russ: “Russ, un tipo emocional que correría a través de una pared por mí. Te amo, hermano. Te amo. Mucha gente te hace críticas injustas como jugador y yo soy el primero en respaldarte. Sólo sigue siendo la persona que eres. Te agradezco muchísimo, me hacés ser mejor. Quiero competir por siempre a tu lado. Tenés una gran parte de esto. Vos sos un MVP. Es una bendición jugar con vos”.
Juntos lideraron a Oklahoma rumbo a tres finales de conferencia y una final NBA. A su yunta sólo le faltó ganar un anillo, la excusa que motivó la decisión de Durant. Durante años, Westbrook aceptó estar a la sombra de Durant. Cuando KD se fue, Russ sintió la misma sensación de abandono que la ciudad, una traición que no pudo ni supo perdonar.
Westbrook, cuyo contrato finalizaba en 2017, renovó el 4 de agosto de 2016 por tres años y US$ 85.7 millones de dólares. Ese 4 de agosto fue oficialmente declarado por el alcade como el día de Russell Westbrook: “No hay otro lugar en el que prefiera estar que en Oklahoma City. Ustedes, básicamente, me han criado. Yo estoy aquí desde que tenía 18, 19 años. Ustedes solo hicieron grandes cosas para mí. A través de lo bueno y lo malo, ustedes me apoyaron a través de todo, y lo agradezco. Definitivamente, cuando tuve la oportunidad de ser leal a ustedes, esa fue mi opción número 1. La lealtad es algo que yo sostengo”.
La temporada 2016–2017 fue una cuestión personal para Westbrook. Se le notaba en sus ojos: quería venganza. Russ contagió con su actitud, con su fidelidad, a toda una población: “Nos devolvió la ilusión. Encontramos a alguien en quien creer, alguien que por fin no nos abandonó. Fue una gran alegría su renovación”, reflexionó Stephen, constante seguidor del equipo, en la víspera del Oklahoma City-Golden State del 11 de febrero de 2017.
Oklahoma estaba revolucionada. Faltaban horas para el partido pero los alrededores del Chesapeake Energy Arena empezaban a plagarse de hinchas de la afición más ruidosa y pasional de la NBA. Cada uno tenía un mensaje para Kevin Durant, quien había llegado a su antiguo hogar custodiado por un grupo de seguridad mucho más nutrido e incluso armado. El guión de esa noche se escribía solo: una ciudad despechada contra Durant.
Fue un encuentro atípico de temporada regular, de una intensidad incesante, de una matriz barrial. El resultado entre dos equipos sin equivalencias era lo de menos: el honor y el orgullo de Westbrook, del equipo y de la ciudad estaban sobre la mesa. Kevin Durant fue abucheado durante el calentamiento previo, en la presentación, en cada intervención y una vez terminado el partido.
Oklahoma solo pudo competir durante el primer cuarto, instancia en la que llegó a sacar siete puntos de ventaja. El resto del encuentro fue una paliza de los futuros campeones de la liga pero, incluso pese a una diferencia que osciló entre 10 y 23 puntos, Oklahoma dejaba el corazón en cada pelota en una pabellón en constante ebullición. En la atmósfera se percibía un momento que al fin llegó en el tercer cuarto: el inevitable cruce entre Westbrook y Durant.
Westbrook anotó 47 puntos, capturó 11 rebotes y repartió 8 asistencias pero no fue suficiente. Post partido fue contundente: “Mi único amigo es el basket”. Pese a su esfuerzo, Golden State se llevó el triunfo por 130 a 114. Durant se volvió a marchar de Oklahoma con 34 puntos, 9 rebotes y un frente a frente con Andre Roberson.
La temporada fue un éxito para Russell Westbrook: disipó las dudas que se habían construido a su alrededor, se erigió y consolidó como líder de su equipo, clasificó a playoffs a Oklahoma, hizo historia al convertirse en el segundo jugador en la historia de la NBA en promediar un triple-doble (31.6 puntos, 10.4 asistencias y 10.7 rebotes), se afianzó como estrella en la liga y recibió el premio MVP.
No le alcanzó al Thunder para pelear por el anillo: fueron eliminados por Houston Rockets en la primera ronda del Oeste. El esfuerzo sobrehumano de Westbrook fue insuficiente para un equipo con más ilusiones que argumentos pero Russ ya se había consagrado como el gran ídolo de la ciudad y renovó sus votos el 29 de septiembre, en pleno cumpleaños de Kevin Durant, por cinco años y 205 millones de dólares: “Lo he dicho antes, y lo diré de nuevo, no hay lugar en el que preferiría estar más que en Oklahoma City. Me siento muy honrado de tener la oportunidad de continuar mi carrera aquí con los Thunder. Cuando juegas en Oklahoma City lo haces delante de los mejores aficionados del mundo, estoy deseando darlo todo por ellos, por esta ciudad y por esta organización”.
Sam Presti, el genio que se forjó bajo el fuego sagrado de Gregg Popovich en San Antonio Spurs y que desde 2007 asumió el rol de general manager en Oklahoma City, movió sus piezas para dotar de un segundo impulso al último cimiento de su era dorada. Presti había sido el encargado de construir un Big Three desde el Draft: fue quien seleccionó a Kevin Durant, a James Harden y al propio Westbrook.
Una mente brillante capaz que siempre guarda un as bajo la manga, tras la renovación de Westbrook intentó edificar un segundo tridente a partir de traspasos: así aterrizaron Paul George y Carmelo Anthony en Oklahoma. El nuevo Big Three, apodado OK3 por los medios, no funcionó: Melo registró su peor producción ofensiva hasta entonces. Westbrook y George sellaron una amistad que se trasladó al parquet y OKC clasificó a Playoffs en la cuarta posición del Oeste pero sucumbió ante el Utah Jazz del novato Donovan Mitchell en la primera ronda.
Anthony no estaba dispuesto a aceptar un rol saliendo desde el banco de suplentes y Presti decidió transferirlo a Atlanta Hawks a cambio del alemán Dennis Schröder, quien se convertiría en el sexto hombre de su plantel. La continuidad de George, convertido en agente libre tras su único año en el Thunder, parecía utópica con los Lakers revoloteando a su alrededor. Pero su sociedad con Westbrook y la seriedad de la franquicia lo sedujeron para extender su contrato por cuatro años y 137 millones: "Russ es la razón por la que esta decisión es cada vez más fácil de tomar, es el carácter que Russ tiene. Un tipo firme y que cubre las espaldas de sus compañeros", confesó PG13 a ESPN.
Oklahoma sumó una nueva decepción: fueron eliminados en la primera ronda de los Playoffs ante Portland Trail Blazers, un cruce icónico que dejó el saludo de Damian Lillard a sus rivales como uno de los momentos icónicos de la NBA moderna. El fracaso impulsó la reconstrucción. Paul George exigió su traspaso, seducido por Kawhi Leonard y su proyecto faraónico en Los Angeles Clippers, y Presti hizo magia contra las cuerdas: en esa negociación identificó a Shai Gilgeous-Alexander como potencial estrella y no se equivocó.
Sin PG13, Westbrook y Oklahoma City consensuaron su futuro. Russ quería seguir compitiendo al máximo nivel pero Presti ya tenía otros planes: “Desde el momento en que Paul y su representante nos hicieron partícipes de lo que había estado ocurriendo y de su posterior solicitud, nuestra atención como organización se centró en identificar los mejores caminos para nuestro futuro”. En un mercado chico, poco atractivo para las grandes estrellas de la liga, Presti sabía que el método estaba en el pasado: como cuando construyó el tridente Durant-Westbrook-Harden, la receta estaba en el Draft.
La negociación finalmente se resolvió con su intercambio a Houston Rockets, donde lo esperaba James Harden, por Chris Paul. La etapa del primer Big Three, un equipo que siempre será recordado como el campeón que no fue, había concluido: “Hace poco tuvimos conversaciones con Russell sobre el equipo, su carrera y cómo ve el futuro. A través de esas conversaciones llegamos al entendimiento de que buscar algunas situaciones alternativas sería algo que tendría sentido para él. Como resultado, y debido a su historia con los Thunder, trabajamos juntos para acomodar esto. Es el jugador más importante en la breve historia de los Oklahoma City Thunder. Ha dejado una huella indeleble en este equipo, en esta ciudad y en este estado. Ninguno de nosotros podía prever el jugador en el que se ha convertido, y todos estamos profundamente orgullosos de lo que ha aportado al éxito de la franquicia y a nuestra comunidad”.
Los expertos también se equivocan. En la previa de la temporada 2019-20 le habían pronosticado apenas un 0,2% de chances de clasificar a Playoffs. Pero el Thunder destruyó las predicciones. Chris Paul concretó su redención y lideró a una joven formación que ganó 44 partidos para finalizar en la quinta posición del Oeste y meterse en la burbuja que la NBA armó para definir la temporada interrumpida por el coronavirus. Caprichos del destino, quedarían eliminados en la primera ronda en siete partidos ante los Houston Rockets de Westbrook y Harden.
Pese a la pronta despedida, la campaña había dejado algunas certezas en la figura del audaz Presti: Shai expuso su eficiencia, Luguentz Dort brilló como defensor ante James Harden y el rendimiento de jugadores de renombre como Paul y Dennis Schröder le darían margen de negociación para seguir consiguiendo recursos para elegir en el Draft. En lugar de mantener su núcleo, una fórmula que para Presti ya había alcanzado su techo, OKC aceleró la reconstrucción: mandó al resurgido Point God a Phoenix, se desprendió de Schröder y se deshizo de dos históricos como Steven Adams y Andre Roberson en una ecuación que aumentó a 17 sus primeras rondas de Draft hasta 2026.
Con el joven Mike Daigneault al mando, promovido de asistente a entrenador principal tras la salida de Billy Donovan, Oklahoma City navegó las siguientes tres temporadas con récord negativo, una condición indispensable para el éxito de la reconstrucción: cuanto más derrotas, más probabilidades de tener un pick más alto. Así escogieron a Josh Giddey con la sexta posición en 2021, al unicornio Chet Holmgren con la segunda selección en 2022 y a Jalen Williams con el duodécimo turno en la misma noche del Barclays Center de Nueva York.
Su rendimiento en 2022-23 fue el prólogo del éxito: Shai explotó como uno de los mejores bases de la liga y como el jugador franquicia definitivo. La lesión de Holmgren antes de empezar la temporada dilató sus expectativas pero con Shai como estrella, Jalen Williams como segunda espada, la buena gestión de Daigneault y la aparición de varios jugadores de rol, Oklahoma City acarició los Playoffs y sucumbió recién en el Play-In.
Pero ni el más optimista, ni siquiera en los sueños más perfectos de Presti, hubiera imaginado lo que finalmente ocurrió en la temporada regular de 2023-24: Oklahoma City Thunder finalizó, dos años después de ganar apenas 24 encuentros, en el líder más joven del Oeste desde 1984. Shai, Dort, Williams, Holmgren y Giddey tienen todos menos de 25 años.
Gilgeous-Alexander redondeó un año con 30.1 puntos de promedio, la primera espada que cuenta a su alrededor con la invaluable producción ofensiva del estelar Jalen Williams (19.1), quien será recordado como uno de los mejores picks de la era Presti, del implacable defensor Luguentz Dort y del novato Chet Holmgren (16.5), quien hubiera ganado el premio al novato del año si no hubiera existido Victor Wembanyama.
Es una reconstrucción sin precedentes. No existe, prácticamente en toda la historia NBA, una franquicia que en menos de un lustro se haya desprendido del jugador más importante de su historia y, sin conseguir otras estrellas mediante negociaciones que provoquen un impacto inmediato, haya pasado tan rápido del ostracismo al protagonismo absoluto. Es 21 de abril de 2024, Oklahoma City recibirá a New Orleans Pelicans en casa por la primera ronda del Oeste y hoy hay un chico que se anima a soñar.